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32 años después

  • Foto del escritor: Carmen Escorcia
    Carmen Escorcia
  • 5 nov 2017
  • 3 Min. de lectura

Al igual que muchos el sismo que sacudió a México en el 85 resultaba una borrosa imagen en mi memoria, a mis escasos cuatro años recuerdo con dificultad que estaba acostada cuando mi cama comenzó a moverse de forma peculiar y mi mamá nos hizo levantarnos para pararnos bajo el marco de la puerta de la cocina.

Ahora treinta y dos años después el sismo que aconteció el 19S lo vivió una mujer quien de forma sorpresiva días antes fue avisada de ser necesario sacar todos sus pendientes y hacer maleta para irse de apoyo a la apertura de una tienda de la cadena donde trabaja.

La noticia de ir a una apertura conllevaba aprendizaje, aunque nunca hubiera imaginado el que me toco vivir. Tras un viaje tranquilo a la ciudad de Puebla, un primer día caótico por la falta de los elementos tecnológicos a los cuales una está acostumbrada en su oficina y pensando en como solucionar esas precariedades para dar el resultado, me encontraba buscando la forma de agilizar el trabajo en ese segundo día de apoyo cuando de pronto todo comenzó a moverse. Mi primera reacción fue pensar que sería un leve temblor, como los que de pronto había llegado a sentir en mi querido Morelos y me dirigí al marco de la puerta dada la gran cantidad de cosas que había en la oficina donde estaba; tras lo que pareció una eternidad y en vista de la nula intensión del suelo de dejarse mover, sumada a la marea de gente la cual comenzó a salir a causa de la intensificación de los movimientos, salí del lugar sintiendo como en mi estomago se iba formando un vacío.

En medio del caos de todo lo que pasa por tu mente en esos momentos, piensas en tu familia, en todo lo que has hecho con tu vida y lo que te falta hacer, son una mezcla tan grande de sentimientos que lo inundan a uno, que cuando por fin el suelo tiene a bien dejarse de mover resultado de esos momentos le queda a uno la sensación de todo cuanto se cimbró en el interior.

Las horas que siguieron fueron de frustración mezclada con angustia, aunque la señal de celular se colapso, yo ni siquiera tenía en mis manos mi celular para hacer como todos el esfuerzo quizás infructuoso de tratar de saber de mi familia; en el pecho sentía una opresión más las lágrimas no se decidieron a surcar por mi cara para liberar todos los sentimientos que me arremetían.

Cuando por fin logre recuperar mi celular, tenía llamadas perdidas de mis padres y algunos mensajes de whatsapp de mis familiares mismos que resultaba imposible contestar. Los minutos se hicieron eternos, hasta que por fin pude saber aunque de forma escueta de mis padres, mi hermano y mis sobrinos, los siete bien fue un momento de paz que no existen palabras para describirlo.

Poco a poco las comunicaciones se fueron restableciendo y con ello el saber que una parte importante de lo que conforma la esfera de trabajo de mi mundo había resultado dañado, aunque quizás sea sólo un inmueble, para quienes laboramos en ese lugar constituye el punto donde día a día con esfuerzo aportamos para lograr los objetivos, donde uno aprende a sobrellevar el fracaso y tolerar la frustración.

Mis días restantes en Puebla parecieron eternos, deseaba con toda mi alma regresar a casa, ver a los míos y corroborar que están bien, sentir el abrazo de mis padres, ver a mis pequeños truanes y en lo que pudiera aportar para alzar mi centro de trabajo.

Los días para volver a abrir parecían de pronto no tener fin, como siempre los detalles llevan su tiempo, aunque por fin una tarde de martes volvimos a operar; sé que al igual que muchos el 19S nos cambio resultáramos o no afectados, nos hizo valorar el momento presente porque es el instante actual lo único que tenemos seguro.


 
 
 

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